
Cada poco, Rosa hace una serie de entradas preciosas acerca de su pueblo, Hinojosa de San Vicente. Da la casualidad de que está muy cerca del mío, Talavera de la Reina, y más de una vez nos hemos puesto a intercambiar recuerdos propios y ajenos, anécdotas y echar de menos el sabor, el olor y la apariencia de las cosas cuando se ven desde fuera de Madrid.
Antes de nada, quiero dejaros claro que Talavera es la segunda ciudad en población de Castilla-La Mancha, por delante de Toledo, la capital de la Comunidad. Lo que pasa es que, para los madrileños, todo lo que no sea decir "mi pueblo" significa Madrid, Barcelona u otra capital de provincia. No, chicos y chicas, os lo reconozco: yo soy de provincias. Me encantaría explicaros en un post cómo es mi ciudad, de la que salí hace 10 años, pero a la que necesito volver de vez en cuando y de la que nunca me olvido.
Talavera está a la orilla del río Tajo, donde se empezaron a hacer potes de barro en el Neolítico y ahora son complicadas cerámicas, es la Ébora romana, ciudad goda después, imponente alcázar moro, punto fronterizo en la reconquista; y pocas bromas con mis paisanos de entonces: solían cortar en cachitos a la gente, de lo que dan fe sitios como la Torre de la Cabeza

Donde, en la Guerra Civil, los republicanos aguantaron a sangre y fuego, casi sin armas, el avance de las tropas alemanas, italianas y "nacionales" desde Extremadura y Andalucía en su camino a Madrid. Donde las tropas de Franco fusilaron a tanta gente que la sangre bajaba hasta el Tajo cubriendo hasta el tobillo los adoquines de la Calle Carnicerías -sí, se llama así-. Hubo una cárcel de donde sacaban a los "paseillos" a la gente y luego "eran dados muerte por intento de fuga".
Vengo de un sitio que ha vivido la historia que la gente "de capital" (y esto va por todas las capitales de CCAA) cree que es únicamente suya. Un sitio que pretende ser gran ciudad, pero donde no se ve un alma los domingos por la tarde. Donde la gente cree que comprar en el Corte Inglés (en Madrid) es signo de distinción y, sin embargo, tiene tiendas preciosas, bares que son como una segunda casa y sitios para pasear y despejar la cabeza. Vengo de un sitio que, como la propia España, tiene un increíble potencial pero se pasa el día acomplejado, mirándose al ombligo o quejándose del vecino.
Hace poco me preguntaron si me sentía madrileño y contesté que no. Mis interlocutoras, madrileñas ellas, se indignaron. Pero es verdad. Es verdad que hace diez años, más de un tercio de mi vida, vine a Madrid para ampliar horizontes. Emigro periódicamente a Cantabria y el País Vasco, me descuelgo por Cataluña, Galicia, Asturias o Andalucía, me he pateado Berlín, Londres o Bruselas y, sin embargo, lo que soy yo se formó dando vueltas por una ciudad que me permitía pensar, soñar despierto y me invitaba a escaparme de ella. Tal vez si hubiera sido "de capital" nunca hubiera echado a volar. Y nunca hubiera amado otros sitios.
No soy un talaverano de pro, de los que hinchan el pecho al decir el nombre de su ciudad. Si paso allí más de tres días, me asfixio. Pero es de donde soy, a donde vuelvo siempre (para no quedarme) y donde hay mucha gente que me quiere. Una vez oí que hay gente a la que puedes sacar del pueblo, pero no puedes sacar al pueblo de ellas. A mi, mi ciudad me invitó a abandonarla, pero no puedo renegar de ella. Y hay veces en las que tengo que recordarla en voz alta. Pues ahí queda.