10.8.06

¿El fin del terrorismo? Sí en mi nombre


Cuando era pequeño mi madre nos llevó a mi hermana y a mí a Madrid, a ver a mis tíos. Como nos sobraba tiempo para coger el tren de vuelta, fuimos a visitar el Museo Antropológico, cerca de la estación de Atocha. Justo cuando salimos a la Avenida Ciudad de Barcelona oímos algo parecido a una traca de petardos. Al otro lado del paso de cebra unos tipos en una moto habían ametrallado un coche; dentro, el chófer y el pasajero estaban grapados a los asientos a balazos y estaban llenos de agujeros negros y sanguinolentos. De las puertas del coche goteaba sangre. Mi madre nos quiso tapar los ojos (tarde ya) y nos volvimos a la puerta del museo, pero ya había visto en directo eso que se llama terrorismo.

Volví a Madrid muchos años después, ya para estudiar y quedarme. Iba a visitar a mis tíos y las ventanas del autobús reventaron poco después de pasar el Puente de Vallecas. ETA había volado una furgoneta para matar a gente cuyo delito era cocinar para el Ejército del Aire. En 2000 me llamó al piso un antiguo compañero del colegio: José Ángel de Jesús, también compañero de colegio que trabajaba de guardia civil, fue asesinado junto a su compañera Irene Fernández. Bomba lapa. Algunos de mis profesores en la Universidad y mi decano viven amenazados por criticar abiertamente a los terroristas, a sus secuaces, a sus métodos fascistas y al entorno de cobardes, chivatos y brutos que les rodea.
Mis familiares y amigos vascos sufren los prejuicios idiotas de gente que confunde a los batasunos y demás con el resto de los vascos; consecuencias derivadas de las actividades mafiosas de un grupo de chulitos con pistolas y bombas que quieren hacer creer a los imbéciles que son el Che Guevara.
Todas las veces que el terrorismo de ETA se ha cruzado en mi vida se ha mostrado brutal, imbécil y sin sentido. Nunca ha conducido a nada y crea una espiral de miedo, odio y prejucios que sólo beneficia a mafiosos, abusones y carroñeros. Me he preguntado miles de veces cuándo acabará de una vez y cómo cambiará mi mundo y el de mis seres queridos cuando esta gente renuncie a su criminal estupidez. Cuando acabará algo tan psicóticamente surrealista como el que haya (muy poca) gente en mi amada Euskadi que esté satisfecha si a alguien le pegaran dos tiros sólo por tener un carnet con las siglas "incorrectas".
En algún momento, la espiral autodestructiva y criminal de los etarras tiene que llegar a su final. Y ellos son más conscientes que nadie de ello. Los diferentes gobiernos de la democracia han contribuido todos a acelerar ese momento. Si los etarras son débiles es por la sucesiva acumulación de las medidas tomadas por UCD, PSOE y PP. Por el rechazo mostrado por todos los partidos democráticos, sean éstos nacionalistas o no.
Parece que ahora los etarras, cada vez más acorralados, buscan una salida. Y este gobierno, siguiendo la estela de todos los demás, hablará con ellos para ver si es posible acordar cómo dejan las armas y se disuelven o si, por el contrario (y cómo ha sucedido antes), persistirán en su chulería asesina. Pero hay que hablar con ellos para saberlo.
Hay quien dice que "negociar es rendirse", yo más bien diría que "a enemigo que huye, puente de plata".
El Gobierno de España, desde que nos dimos una Constitución y unas leyes democráticas, actuará sujeto a la ley, no va a regalar nada, no hará chanchullos y tendrá que asumir la responsabilidad de sus actos que, legalmente, los hace en nombre de todos nosotros. Y yo, en estos temas, confío en el Gobierno independientemente de su color. Confié en Aznar cuando él decidió negociar y ahora confío en Zapatero. Ya es hora de que la Transición llegue al País Vasco.
¿Acabar con ETA? Sí en mi nombre.
¿Más libertad para los vascos? Sí en mi nombre.
¿Fin a tantas muertes absurdas? Sí en mi nombre.
¿Hablar para ello? Sí en mi nombre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El problema es que no huyen, se esconden para otra emboscada.
Todos esos asesinatos, ¿gratis?
No, en mi nombre no.